Consigna: Escribir un cuento que empiece con la frase elegida ("Le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa: un arco ceniciento y casi perfecto que de un lado ajaba la sien y del otro el pómulo") y que incluya alguna de las siguientes conjuntos de oraciones (en el mismo orden):
b. Se oye música. - Números de muchas cifras. - Somos pocos.
Cantinero
Le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa: un arco ceniciento y casi perfecto que de un lado tajaba la sien y del otro el pómulo. El cabello negro y enmarañado cubría casi todo su rostro. Su piel era excesivamente pálida.
Lo recuerdo a la perfección. Lo recuerdo como si pudiera verlo ahora mismo.
Había sido, durante muchos años, el cliente más fiel del bar. Todas las noches aparecía a la misma hora y se sentaba en la misma silla de la fría barra de mármol negro. Extendía su mano derecha y me hacía señas para que le diera una cerveza. Siempre bebía una Scottish.
Nunca supe nada de él. Ni su nombre, ni su profesión, ni el porqué de esa misteriosa cicatriz. Había hecho suposiciones al respecto: que era un veterano de guerra, un asesino a sueldo o -quizás la más absurda de todas- que era un fantasma.
En el bar se oye música de jazz siempre. Y ésa noche, entrada ya la madrugada, no era la excepción.
Sonaba una canción de Louis Armstrong. Debajo de su armoniosa voz, sólo se escuchaba el sonido de los platos siendo lavados en la cocina. El horario de cierre se acercaba.
La única fuente de luz natural del local -una pequeña ventanita por la que se podían ver los pies de los transeúntes- comenzaba a filtrar algunos rayos de sol matutino.
Todo sucedió excesivamente rápido. Yo estaba tras la barra como siempre, guardando las últimas copas. De pronto se abrió la puerta de entrada, y sin siquiera subir mi mirada, grité: -¡Ya está cerrado!
Me asusté cuando levanté la mirada y me encontré con el hombre de la cicatriz. Tenía muchísimos papeles en sus manos en los que podía ver números de muchas cifras, palabras incomprensibles, cuentas matemáticas. "Un montón de disparates" pensé.
Me tomó de las solapas de la camisa y acercó mi cuerpo al suyo. Acercó su boca a mi oreja y tras un incómodo y perturbador silencio, habló: -Somos pocos y ellos son muchos -dijo. Era la primera vez en todos esos años que oía su voz. Era ronca y parecía estarse desgarrando desde adentro. Estaba sufriendo.
Me soltó lentamente y luego salió del bar corriendo, dejando allí todos sus papeles.
Me tomé un segundo para reponerme de lo que había sucedido y luego me acerqué a las hojas que había dejado sobre la barra. Aunque en un principio eran casi ilegibles, no tardé mucho en comenzar a entenderlo todo.
Él y yo éramos parte de esos pocos. De esos pocos a los que nadie ve, pero que lo ven todo.
Lo absurdo no era tan absurdo como creía.
Esa noche la terminé en un bar, como todas las demás. El cantinero era, creo yo, el único que podía verme.
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