Consigna: elegir uno de los objetos significativos que buscaron y escribir un cuento en el que el objeto sea importante para el narrador o narradora.
El objeto significativo que elegí fue una fotografía de mis abuelos en el día de su casamiento.
El objeto significativo que elegí fue una fotografía de mis abuelos en el día de su casamiento.
Historias desde una reposera amarilla
Desde pequeña he conocido, gracias a él, a personajes de lo más excéntricos y novelescos, dignos de aparecer en un cuento de los mejores escritores. Sin embargo, no fueron creados por Poe o Soriano: fueron personas reales que mi abuelo se topó en su camino.
Carlos es, de por si, un personaje muy interesante. Una persona que, pese a todas las adversidades que pueda haberle interpuesto la vida, siempre se muestra alegre, burlón y desenvuelto.
Nació en Bahía Blanca, en una familia humilde y sencilla, aunque quizás esos son adjetivos muy positivos para describir lo que realmente eran: pobres.
Mi bisabuelo, su padre, era marino. Era parte de la tripulación de la Fragata Sarmiento y todos me lo han descrito siempre como el prototipo de marinero que se ve en historias como Moby Dick: grande, tatuado y valiente.
A mi bisabuela, su madre, la conocí. Además de cocinar los más insuperables bizcochuelos de vainilla, era una mujer con un gran lema: "yo digo lo que quiero". Poco le importaba lo que la gente pensara, ella daba su opinión sin ningún tapujo. Mi mamá me contó que en su comedor tenía un cuadro de La Virgen María que, al voltearse, era una fotografía de Evita Perón. A mi siempre me hizo acordar a Doña Elvira, del clásico "Esperando la Carroza".
En algún momento de su juventud, Carlos y su familia se vinieron para San Isidro.
Él era -y sigue siendo, a pesar de su edad- un rebelde sin causa. Un James Dean tercermundista que, según él mismo cuenta, se metía en muchas peleas y rompía muchos corazones.
Aunque supongo que el único corazón que no pudo romper fue el de Josefina, mi abuela.
Pertenecían a dos mundos totalmente opuestos: él era de una familia de clase trabajadora y ella venía de una familia de clase alta, que le había otorgado una vida muy lujosa en el barrio de Belgrano. Hablaba varios idiomas, había visitado todos los estados de Norteamérica y tenía un pato por mascota (de las historias de mi abuela hablaré otro día).
Josefina, descendiente mapuche, es para mi la mejor de las guerreras que aparecen en las películas que Walt Disney llevó al cine: una Pocahontas moderna, una persona dulce y comprensiva pero con una fuerza muchas veces silenciada en las mujeres de su época (no por nada hoy me pide que le consiga "pañuelos verdes").
Ya llevan más de cincuenta años juntos. No tienen ningún truco o secreto, o eso dicen ellos. Él la sorprende con ramos de flores cada vez que puede, y ella le regala esas colonias fuertisimas a las que yo llamo "el perfume del abuelo".
Cada vez que paso a visitarlos, el -que sabe que ella lo escucha desde la cocina- me dice "la tengo como una reina a la vieja, eh. Conmigo se sacó la lotería". Ella siempre se ríe y le dice que es insoportable.
Me gustaría compararlos con alguna pareja de cuentos, novelas o películas, pero no creo que ninguna les haga justicia.
Cada vez que mi abuelo sale al patio y se sienta en su rechinante reposera amarilla, sé que se aproxima una historia. Yo sé muy bien cuál anécdota va a contarme cada vez: inclusive a veces, sé cuál va a contarme antes de que comience.
Pienso que quizás, si le presto la suficiente atención, algún día viviré experiencias tan increíbles y podré contar historias tan buenas como las suyas.
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