Consigna: para el Diario propio, además de las consignas previas que pueden seguir ejercitando, describir una escena por lo menos de cada salida de casa que hagan
1.
Salgo a hacer las compras con bastante regularidad. Ayudo a mi mamá no sólo con las compras para nuestra casa, sino también con las compras para la casa de mis abuelos. En nuestro intento de impedir que salgan, cumplimos con sus pedidos de ir a la carnicería, la pollería, la pescadería, la verdulería, la farmacia y el banco. Entonces, salgo bastante.
Pero creo que sería un poco aburrido hablar de esas salidas (a menos que quieran saber cómo pido dos kilos de tomate perita o cómo elijo la mermelada más económica). No es que no aprecie cada minuto que paso afuera haciendo sea-lo-que-sea; pero podría hablar, por ejemplo, de cuando tuve que ir buscar mis anteojos.
La cuarentena logró que haga algo que, realmente, llevaba tiempo posponiendo: amigarme con la tecnología.
Me considero una pésima usuaria de todo lo tecnológico y, hasta ahora, nunca había pasado más de un par de horas en la computadora jugando a Los Sims. Si me piden que haga una planilla en Excel, por ejemplo, estoy al horno.
Pasar de casi no usar una computadora a estar horas y horas leyendo PDF's, escribiendo, resumiendo y haciendo videoconferencias lograron que necesite usar anteojos.
Y mis anteojos -que uso para cuando mi vista está cansada y me dan migrañas- estaban desde hacía unos cuantos meses en la casa de mi amiga Chiara.
Primero pensé en contratar a alguien mediante alguna aplicación, para que se encargara de retirarlos por allí y traerlos a mi casa. Pero cuando llegó ése domingo decidí caminar.
Salí de mi casa a eso de las doce y media del mediodía. La temperatura rondaba los veintidós grados, había una brisa delicada que soplaba ocasionalmente. Caminar nunca se sintió tan bien.
Durante mi caminata noté, con tristeza, que algunos locales cerraron en éste último tiempo: un salón de fiestas infantiles en el que festejé varios cumpleaños cuando era chiquita, un local de ropa en el que compré varios pantalones y remeras hace no mucho tiempo, un supermercado en el que solía comprar bebidas -a escondidas- con mis amigas cuando todavía íbamos al colegio y salíamos a bailar a fiestas de egresados.
Caminé escuchando en todo momento una playlist de música muy variada: un poco de Bad Bunny, un poco de Elton John, un poco de Soda Stereo. Un poco de todo.
Cuando llegué a la casa de Chiara era la una del mediodía. Mi amiga, por suerte, me esperaba con mis anteojos. Cuando nos vimos, ambas amagamos a abrazarnos pero recordamos que no era posible. Sólo nos vimos los ojos, pero nuestras miradas lo dijeron todo. "Me olvido que no se puede" dijo una de las dos, ahora no recuerdo cual. Creo que fui yo.
Volví a casa feliz de haber visto una cara conocida, pero no tan conocida como las que veo en casa.
Volví a casa feliz de haber visto una cara conocida, pero no tan conocida como las que veo en casa.
2.
A principios de marzo Chiara y yo nos fuimos de vacaciones a Federación, en Entre Ríos.
Durante nuestro viaje se disparó la situación de emergencia por el COVID-19 a nivel mundial, y específicamente, a nivel país.
Claro que, estando en un pueblo chico y de vacaciones, no imaginábamos que, pocos días después de volver, se declararía la cuarentena.
Trajimos regalos para nuestras familias y amigos sin saber que no íbamos a poder dárselos.
A nuestra amiga Rosi le compramos, entre las dos, unas cervezas artesanales entrerrianas.
Trajimos regalos para nuestras familias y amigos sin saber que no íbamos a poder dárselos.
A nuestra amiga Rosi le compramos, entre las dos, unas cervezas artesanales entrerrianas.
Esas cervezas estuvieron juntando polvo en mi casa, sobre una estantería, durante casi un mes y medio. Las moví un par de veces de estante en estante mientras reacomodaba mi habitación, y decidí, en una de esas movidas, que se las tenía que alcanzar antes de que se vencieran y se volvieran un líquido intomable.
Acordamos que iría a llevárselas a la zapatería en la que trabaja en alguna de mis salidas al supermercado. Ella se encontraría allí acomodando los pedidos que serían enviados de puerta en puerta a las clientas.
En la calle ése día había un montón de gente. Me acuerdo que me incomodó la circulación excesiva hasta que pensé: ¿Y si todos le están llevando un regalo a un amigo al que quieren mucho?
Nos saludamos con nuestros codos -lo que todavía se siente incómodo e impersonal, pero necesario- y pudimos charlar un poco (aunque charlemos todos los días mediante nuestros celulares, charlar en persona se volvió un bien preciado). Ella, desde adentro del local. Yo, desde afuera.
Cuando todo esto termine, quiero abrazar fuerte a mis amigas.
Cuando todo esto termine, quiero abrazar fuerte a mis amigas.
3.
A mis abuelos los veo desde el principio de la cuarentena. Tengo la suerte de poder verlos seguido porque me encargo de sus recados y porque viven a escasas ocho cuadras de mi casa. Esa es una de las ventajas de vivir en un lugar relativamente chico.
Al principio a ellos les daba miedo hablar conmigo a través de la reja, y a mi me daba miedo poder contagiarlos, así que las charlas eran cortas y casi monosílabas.
Con el tiempo, empecé a quedarme en la vereda un poco más. Es una calle poco circulada tanto por peatones como por coches, por lo que no implica un problema estar en medio de las baldosas empedradas de color marrón por un rato.
Estar parada ahí durante quince o veinte minutos me hace ver cosas que antes no observaba. Por ejemplo, sobre la puerta de entrada hay un cartel de madera tallado a mano y barnizado en el que se lee "traful nehuen", que significa "unión y fuerza" en mapudungún. Le pregunté a mi abuelo qué significaba en una de mis visitas, y me respondió muy seguro, como si hablara fluidamente mapundungún. Igualmente, desconfío de él, ya que suele engañarme para jugarme bromas.
También noté que aún conservan colgada una pajarera de madera que pinté en tonos amarillos cuando tenía ocho o nueve años. El techo es de un rojo fuerte y quise simular un tejado. También quise hacerle algunas enredaderas y flores, pero en realidad todas parecen pinceladas sin sentido.
Me di cuenta lo normalizado que tenía ver la casa por adentro y la poca atención que le dí al exterior durante todos estos años.
Hoy me puse a pensar que desde hace casi tres meses mis abuelos sólo me ven con el barbijo puesto. Ellos me hablan desde adentro y no lo usan, pero yo no me lo saqué ni una sola vez. ¿Cómo será ver tanto a alguien, y sin embargo, no verlo?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario