miércoles, 26 de agosto de 2020

Carretera

Consigna: Después del viaje con Cam, Dan decide viajar a Baton Rouge para recomponer el vínculo con su hijo. Revise el tratamiento de este hecho en los dos cuentos leídos y escriba otro cuento en el que ese viaje se cuente en primer plano, mientras, en segundo plano, Dan recuerda episodios de la infancia o más cercanos.

En esa retrospección puede referirse, por ejemplo, al vínculo con su padre o a los comienzos de la relación con su ex mujer, Lynn, o a cómo tomó la noticia de que iba a ser padre, entre otros que a usted pueda interesarle. Por supuesto, su narración debe resultar autónoma. Extensión sugerida: entre tres a cinco carillas.

Carretera 

El auto jamás le pareció más lento. La ruta jamás le pareció más larga.

Pensó que, a lo mejor, estaba cometiendo un error. Que era demasiado pronto, o demasiado abrupto, o demasiado invasivo de su parte. Que, cuando llegara, Lynn estaría furiosa y Jack no querría siquiera verlo. Que probablemente sería mejor evitar cualquier discusión, para no provocar más daños en ellos, y eso sería todo. Habría conducido durante ocho eternas horas para nada.

Por un momento, un momento ínfimo, pensó en orillarse en la banquina y detener toda esta locura imprevista. Sin embargo, pensó en Cam, y en lo mucho que lo golpearía si llegaba a perder esta oportunidad. Cam era un buen amigo, de eso no había dudas.

Y Cam le había hecho un favor al abrirle los ojos.

Alejó su pie del freno y continuó su trayecto hacia Baton Rouge. Tenía varias horas por delante hasta llegar. Prendí la radio del coche, que se escuchaba entrecortada y ruidosa. Pensó que le daría una terrible jaqueca si tenía que soportar ese sonido, el de la lluvia golpeteando los vidrios del coche y el ruido de sus pensamientos simultáneamente, por lo que la apagó.

Y qué ruidosos eran sus pensamientos. Eran aún más ruidosos que aquella vieja radio.

El primero que pasó por su mente durante aquél viaje fue el pertinente al día que conoció a Lynn. Eran jóvenes, eran muy jóvenes. La había visto por primera vez en una cafetería del centro de St. Petersburg, una tarde de primavera. Pensó que era primavera porque recordaba el aroma de las flores frescas del parque y las malteadas recién hechas.

Lynn trabajaba en la cafetería, sirviendo café y soportando a idiotas que se le acercaban con pésimas intenciones. Su cabello, negro y lacio, estaba sujetado y prolijamente acomodado tras su cuello. Se movía con gracia y atendía con una amabilidad impecable.

Lo vio entrar y se acercó a él, con una amplia sonrisa, dispuesta a llevarle un desayuno y una taza de café apenas lo pidiera.

Cuando le llevó la cuenta, escrito en la parte trasera del pequeño papel blanco, estaba su número de teléfono y su nombre, en una perfecta cursiva negra.

Y fue sólo cuestión de hacer esa llamada.

Se alejó de sus pensamientos por un segundo, cuando vio que me estaba acercando a una estación de servicio.

 

...

 

Luego de haber abastecido el coche con gasolina y su cuerpo con un poco de comida chatarra, retomó la carretera. Todavía tenía cuatro horas de desgastante trayecto por delante, pero no le importaba. Estaba eufórico, tenía que verlos. Tenía que ver a Jack.

Recordó el día en el que nació. Cuando lo sostuvo, pocos minutos después del parto, el apenas si gimoteaba un poco. Casi no había llorado. El que lloraba un poco, en cambio, era él. Se acercó a su pequeña y delicada cabeza con escasos cabellos en ella, y la olió profundamente. Era un olor dopante, relajante.

Lynn observaba, exhausta, desde la cama de sábanas blancas. Sonreía, como siempre lo hacía, a pesar del incalculable cansancio que cargaba. Extendió sus brazos, pidiéndole que le alcance al recién nacido.

Aquella noche no durmió. Estuvo en vela observándolo respirar, chequeando que todo estuviera en orden. Estaba listo para correr en búsqueda de un doctor o una enfermera si fuera necesario. Pero no lo fue. Jack era un niño sano y fuerte, y lo demostró desde aquel día.



Casi dos horas lo separaban de su destino. Una emoción inmensa se apoderaba de él a cada minuto: un impulso electrificante que corría a través de mis brazos y me erizaba cada uno de los bellos que allí tenía. Quería verlo, quería disculparse, quería decirle que haría hasta lo imposible para obtener su perdón si eso era lo que él quería. Pero, vamos, ¿cómo iba a tomárselo él? No había forma de que su primera impresión al verme fuera “Oh, papá, que gusto verte. ¿Recuerdas cuando me arrojaste por una ventana y me fracturaste un brazo? ¡Qué buenos tiempos aquellos!”.

Otra vez, el miedo paralizante. ¿Era un error? No, no lo era. Pero ¿y si lo era?

Inhaló profundamente, tanto que sintió que los pulmones reventarían de soportar tanto aire en su interior. Y luego, exhaló con una fuerza casi tan fuerte como la de la tormenta que se alejaba velozmente. El cielo oscuro ya casi no tenía nubes. Era cuestión de horas, casi minutos, para que el sol comenzara a asomarse por el horizonte. La mañana se aproximaba, y con ella, el tan esperado encuentro.

Esperado para él, claro está. No tenía idea de con qué reacción se encontraría del otro lado. Y no sabía como lograr que su cabeza dejara de pensar en ello.

¿Cómo había creído que ser padre le iba a ser sencillo? Estaba claro que, con el ejemplo de paternidad que había tenido él, no podía ser un buen prospecto de padre.

Su papá no era mal tipo, o eso decía él siempre. Pero era, ¿cómo decirlo? Un tipo complicado. Un poco borracho (había heredado eso de él, suponía) y un poco violento. ¿Si le había pegado en algún momento? Si, probablemente. No había pensado en eso muchísimas veces, y menos desde que él se volvió mucho peor padre de lo que el suyo había sido jamás. Vamos, ¿romperle el brazo?

Y pensó en el padre de Cam, y en Cam. En lo mucho que a él lo había marcado tener un padre agresivo y lleno de odio.

“Lleno de odio” pensó. Las palabras que Lynn le había dicho cuando le pidió el divorcio. Retumbaban en su cabeza de vez en cuando, como campanas ensordecedoras y gigantescas.

Quizás Lynn no estaba tan equivocada. Quizás si había estado lleno de odio. Pero no ahora, ahora era todo lo contrario. Estaba lleno de arrepentimiento, de culpa y de necesidad de disculparse.



Los últimos tramos del viaje fueron mucho más rápidos de lo que pensó que serían. Quizás, sólo quizás, quería que fueran un poco más largos. Quería prepararse para enfrentarse con las consecuencias de haber sido un salvaje, no podía simplemente llegar sin nada que decir.

A lo lejos, veía acercarse la casa que, suponía, era la de ellos. Eso era duro: aceptar que era su casa, y no la de él. Que el ya no formaba parte de esa ecuación. No vivía ni viviría jamás en ese sitio. Esa no era su familia.

Estacionó el coche frente a la casa. Detuvo la marcha y se quedó sentado, en silencio, durante algunos minutos. Unos quince, quizás.

Nuevamente pensó en Jack abriéndole la puerta y llevándose una ¿sorpresa? ¿O sería un susto? No sabía descifrarlo con certeza.

Finalmente, tras mucho pensarlo, se bajó del coche. Estaba acercándose a la puerta cuando esta comenzó a abrirse. Desde la casa salió Jack.

Se produjo un silencio de lo más incómodo. Jack miraba al piso y planchaba su remera con sus manos sudadas y temblorosas. Él, por su parte, lo miraba con una mezcla entre desesperanza y curiosidad. Ninguno de los dos se animaba a hacer un solo sonido.

Fue Lynn quien salió de detrás de Jack, sosteniendo una taza de café y un periódico, y rompió con aquel silencio mortuorio:

- ¿No vas a pasar? -le preguntó, un tanto burlona – Hice café, entra.

Bueno, ese era un buen inicio.


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