Escena de lectura: "Un libro heredado, cinco sentidos"
Cuando pienso en mi
infancia -en mis diez u once años, para ser más exacta- pienso en la colección
de libros de Nancy Drew que mi mamá me heredó. En este mismo momento -diez u
once años después- veo, en lo más alto de mi biblioteca, el lomo rosa y blanco
de uno de esos libros, el que más me gustaba: “El triple engaño”.
Pensar en ese libro es pensar en las noches de invierno de 2008. Pensar en mi habitación pintada de un chillón color verde manzana, iluminada por la tenue luz de una lámpara giratoria, que dibujaba constelaciones en la pared.
Es pensar en mi mamá, preparándome
un té con limón para el resfrío, y diciéndome que no me quede hasta muy tarde
porque al día siguiente había que madrugar para ir al colegio. Es el olor a la
pomada china para el resfriado, de esas que mi abuela me daba cuando me escuchaba
estornudar varias veces seguidas, que venía
en esa pequeñísima lata roja con un tigre dorado, que hacía arder la nariz
irritada y llorar los ojos.
Nancy Drew resolvía
misterios mientras yo me sonaba la nariz y tomaba mi té, escuchando la radio “San
Isidro Labrador” -radio local de San Isidro, partido en el que vivo-, que pasaba viejas baladas, y cuyo locutor tenía una voz calma
y profunda, casi hipnótica. Y pensar en ese libro es pensar que, cuando la
canción “Somewhere Out There” sonara (a eso de las diez de la noche), dejaría a Nancy en la mesa de luz para
acostarme.
Otras noches, sin
embargo, en las que la compañía de Nancy no era requerida, escuchaba uno de
mis discos preferidos en aquel momento: un compilado de "Los Abuelos de la Nada".
Me acordaba hasta el orden exacto de las canciones, y sabía cuando tenía que
pararme para rebobinar y volver a reproducir el casete. Lo había confeccionado
especialmente para mí un amigo de la primaria, Martín, que tenía conocimientos “tecnológicos”,
y sabía grabar cd’s y casetes.
Pensar en esa época es
pensar en la ventana de mi habitación -que en aquél entonces no tenía ni
cortinas ni persianas- y ver el inmenso árbol que desde tiempos inmemorables
está clavado a la tierra en la vereda de la casa lindera a la mía. Aprendí,
años después, que se llama “el árbol del paraíso”. Muchas veces escuché a mi
mamá regañar por las pequeñas pelotitas amarillas que desprende, y que caen sobre
nuestra vereda desde el día en que nos mudamos. Todavía me acuerdo, como si
fuera ayer, cuando mi familia le pidió a los vecinos que lo podaran un poco. Y me
acuerdo de que me puse triste, porque no había nada que disfrutara más que ver
sus hojas moviéndose al compás del viento durante las noches. Y si había tormenta,
mejor.
Pensar en esas noches es
pensar en mi gata, Kitty, quien en este momento duerme en su cucha, y en esa época
dormía en mi cama, entre mis piernas, y ronroneaba efusivamente cuando le daba
algunas caricias.
Es pensar que aun dormía con
mi peluche preferido, el perro “Lukiper”, quien ahora está embolsado y guardado
en uno de mis armarios. Lo ponía junto a mi a la hora de la lectura, y después
dormía abrazada a su cuerpo blanco y mullido. Su nombre aún lo recuerdo porque
era un híbrido de los nombres de mis mascotas de aquel momento: Lucas, Kitty y
Cooper, de los cuales sólo Kitty vive.
Recordar esas noches, sin
dudas, es pensar en la única amistad de aquella época que perdura hasta el día
de hoy: Chiara. Mi amiga de combate, mi amiga de esta vida y de la otra, y de
la siguiente también. Pensar en aquel momento es pensar en la pijamada en la
que nos conocimos: nos conocimos llorando, nos conocimos siendo nenas sensibles
que no querían que las pisotearan, nos conocimos siendo almas gemelas que se
entendieron automáticamente. Bastante igual a como es ahora, doce años después.
Pensar en esas noches es ver a mi mamá, en su
camisón blanco con florcitas color pastel, sentándose a mi lado en la cama y acompañándome
rezar el “Ángel de la guarda”, antes de dormir, y diciéndome “Que descanses, bebé”
antes de apagar el velador. Ni mi mamá ni yo éramos ni somos creyentes, pero
ese hábito se mantuvo hasta varios años después.
Pensar en Nancy Drew es
pensar en todo eso, y probablemente en más, que ahora mismo no recuerdo. Es
aromas, es visuales, es gustos, es sonidos, es vínculos, es tacto y es memoria. ¿Qué es lo mejor de esto? Que ni siquiera me acuerdo de qué trata ese libro. Sí, seguro es Nancy resolviendo un misterio. Pero no tengo la menor idea de cual es. Sin embargo, no dudo que es el único libro que genera en mi tantas sensaciones. Si tuviera que imaginar qué recuerdos me trae cada uno de mis libros, no terminaría nunca. Pero, sin dudas, "El triple engaño" enciende la memoria mis cinco sentidos.
Bibliografía:
“El triple engaño” de
Carolynn Keen.
Recopilación de canciones
de “Los Abuelos de la Nada”.
“Somewhere Out There” de “An American Tale”.